Un cuerpo lleno de piel, músculos, sangre, huesos, pensamientos, sentimientos, amor, preocupaciones, dolor. Un cuerpo que te permite moverte, hacer las cosas que deseas, tocar, sentir, un medio para la realización, pero también un fin.
El fuego ilumina, pero destruye; espectacular, fluido, calienta, pero quema. Una cosa grandiosa, tan imponente, que hace temer.
La unión de estos, cuerpo y fuego, crea una correspondencia en mi misma, toca un miedo interior muy profundo: morir quemada.
El miedo hace que mi mente comience a dar vueltas sobre cosas que no han sucedido. Es mas bien un espejo que no quiero mirar, un cuerpo que no quiero tener. Desconocer ese cuerpo, esos cuerpos, es aún más difícil. Al convertirse en carbón esa carne, ese cuerpo se vuelve irreconocible, cuerpos calcinados, un rostro oculto por el carbón y el humo, piel quemada y un cuerpo casi deshecho.
Como en un espejo o a través de una cámara, comienza a quedar fuera de cuadro; se convierte en un montón de cenizas, en nada. Se pierde, ya no hay un objeto que observa, sino un ojo que calla, registra y reproduce. La fotografía es mi ojo, me permite ver cosas con las que generalmente no me identifico o no observo. El problema es que me da miedo, me da miedo observar, y por esto mismo, a veces decido no hacerlo.
Comentarios
Publicar un comentario